jueves, 6 de marzo de 2008

De padres e hijos

Sucede cada vez que comienzan las clases: recuerdo la película de Daniel Burman con una sonrisa. “Pero mire que yo pago para no participar”, decía el padre atribulado de Derecho de familia, cuando la maestra jardinera lo invitaba a sumarse a otros padres en la organización de la fiesta de fin de curso. Y entonces todos sentimos que ahí se hablaba de nosotros, los hombres de esta época de entre 30 y 40 años, del compromiso afectivo que exige la vida familiar y de las altas demandas de la paternidad. Ya no basta con ser hombre proveedor, no alcanza con asegurarle a la mujer que tenemos al lado bienestar económico, protección y una buena cama. La época –esa bruma en la que pueden entreverse las tendencias de comportamiento, el modo de construir vínculos y los mandatos sociales- nos exige una inversión afectiva importante que no siempre es sencillo descubrir en el mapa genético masculino. ¿O sí? Ustedes me entienden: hasta el más alto ejecutivo, después de asistir a maratónicas reuniones de management y velar por los intereses de su corporación, está llamado a dedicar un buen rato a participar en las clases de matronatación, acompañar a los niños en la tarea escolar y leer a conciencia el cuaderno de comunicaciones, preparar las comidas con un buen equilibrio alimentario, garantizar el baño y el cepillado de dientes, asistir a las reuniones de padres, estimularlos en el aprendizaje de la letra cursiva, retirarlos de los cumpleaños, llevarlos responsablemente al pediatra y el odontólogo, establecer vínculos con otros padres en el colegio, todo eso sin descuidar los mandatos ancestrales. ¿Me siguen? Debemos acompañarlos en el sueño, leerles el cuento que hemos elegido a conciencia, y luego tener resto para la cena y una buena cama. Acabáramos. Me suelo interrogar sobre estas cuestiones en busca de respuestas que nunca llegan. Leo por allí que lo único que conmueve de verdad a los hombres no es ni el éxito deportivo de su equipo de fútbol ni la compra del último modelo de su auto favorito. Es una buena noticia. Lo único que nos conmueve seriamente es la relación con nuestro padre, y ser padres después. Me dicen que la muerte del padre es el episodio más conmocionante en la vida de un hombre. Algo se resquebraja ahí, algo indeterminado que en cierto modo viene a recomponerse cuando tenemos un hijo. Entonces todo recomienza, podemos vislumbrarlos en esa otra bruma que es el futuro, en otro tiempo que no será nuestro, ya hombres y acaso padres, ya entregados a la maravilla de tener un hijo y de arrobarse entonces en ese sentimiento tan luminoso y tan abrumador, tan enloquecedoramente humano.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Al leer la entrada pensé en un cuento de Salinger muy lindo y conmovedor, "La tercera de las cosas que acabaron con mi padre", creo que se titula en castellano. Es difícil ser padre y es difícil ser hijo. Quizá la obligación (y el arte) de ambos consista en transmutar la dificultad en despreocupación y alegría, aunque la mayor responsabilidad recaiga siempre sobre el más viejo. Pero estamos todos en el mismo barco.

Anónimo dijo...

Pdta: El cuento es de Carver, no de Salinger. Lo que se dice un acto fallido.
Saludos

bonito lunch dijo...

la altas demandas paternales son tal cual usted las menciona.
tengo unas fotos de una fiesta escolar de mi nene, en las que aparezco disfrazado de mujer y no se donde esconderlas.

Matías Sapegno dijo...

Lindo post. León Gieco dijo una vez que su día más triste había sido cuando se dió cuenta que podía vencer físicamente a su padre. Ahora entiendo.