jueves, 10 de abril de 2008

La intimidad de la guerra

Sólo tengo en casa un libro de fotografía. Es de Robert Capa, una serie de imágenes sobre la guerra: la captura del momento, la belleza de lo efímero cristalizado en ese instante. Son imágenes bellas y lacerantes, una poética del dolor. En otros tiempos, cuando este mundo sea otro, otros hombres vislumbrarán nuestras vidas observando esos espejos de la memoria. “Es un modo de vencer a la muerte”, me respondió hace muchos años un fotógrafo cuando quise saber qué era la fotografía, “es un modo de detener el tiempo”. Una quimera, entonces. Hace dos días conocí la imagen que acaba de obtener el Premio Pulitzer de fotografía: muestra a un camarógrafo japonés tendido en el pavimento, durante los disturbios de Myanmar, ex Birmania, en 2007, mientras captura la feroz represión de las fuerzas de seguridad durante las masivas protestas lideradas por monjes budistas. La toma pertenece a Adrees Latif, de la agencia Reuters; el camarógrafo, que como tantos otros corresponsales de guerra prefirió aferrarse a su profesión antes que huir del peligro, murió pocos minutos después. Es una imagen conmovedora aunque no sea nueva. En 1936, cuando cubría la Guerra Civil Española, Robert Capa registró con su cámara Leica el instante en que un combatiente republicano era abatido en Córdoba: publicada en la revista Life, Miliciano herido de muerte es la foto más famosa de Capa, entre las muchas que tomó como corresponsal en la guerra de Indochina, la fundación del Estado de Israel o el desembarco en Normandía. Estaba ahí, en el momento preciso, y su alto compromiso emocional con aquello que registraba lo convirtió en mucho más que un testigo de su tiempo. Murió en 1954 en Thai Ninh, en territorio vietnamita, cuando piso una mina. Capa es uno de los grandes retratistas de la guerra, un maestro de la composición que consiguió capturar con sus imágenes el drama humano de seres anónimos y la intimidad del dolor en el vasto y desolador escenario de la guerra. Como tantos de sus colegas (como George Rodgers, Walker Evans o Weegee, pero sobre todo como Henri Cartier-Bresson, una celebridad de estatura artística parecida), Capa detuvo en sus imágenes lacerantes ese tiempo de barbarie, y su enorme sensibilidad de humanista convencido rindió tributo a los pequeños seres anónimos que oculta ese vasto espectáculo de la muerte que es la guerra.

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