martes, 15 de abril de 2008

El señor de al lado

Es un señor mayor, algo más de sesenta años, un aspecto respetable si entendemos por eso un par de náuticos sobre los que se erige el cuerpo consistente de quien se ha dedicado al deporte en los momentos de ocio que le permitió disfrutar su profesión liberal o sus actividades como comerciante, no lo sé. Estamos en la tribuna de socios de River Plate, separados apenas por una butaca, minutos antes de que comience un partido que pudo haber concluído en segundos sin que extrañáramos nada. El señor de al lado me mira una vez que ha comenzado el encuentro (ese cruce de miradas fugazmente cómplices que sucede sólo en las tribunas y que a veces, cuando el equipo obtiene un triunfo resonante, puede derivar en un abrazo firmemente masculino acompañado de llanto) y el juez de línea levanta su banderín para establecer un fuera de juego. Me mira, y dice: “Si es un negro, qué querés”. El señor de al lado extrae de su campera roja impermeable un pañuelo blanco de otro tiempo (rojo y blanco, el señor de al lado cuida los detalles del buen gusto), un pañuelo impecable, de seguro planchado por su esposa con esmero, y se limpia la nariz a la espera de una jugada que merezca su aprobación de plateísta histórico, él que ha visto jugar a Amadeo Carrizo cuando las butacas del señorial estadio eran habitadas por un público de galera y bastón, el mismo atuendo que parecían utilizar los atletas de la banda roja tan dados a la elegancia en el juego. El señor de al lado no ha dicho negro de mierda, una expresión que desmerecería la educación que recibió durante su juventud, pero ha añadido una figura curiosa de raro aire poético: “Es un negro”, ha insistido, “en cualquier momento va a vender chocolates”. El resto de la tribuna abunda en adjetivos ofensivos toda vez que discrepa con la decisión del árbitro o sus asistentes, la mayoría de ellos referidos a la inclinación sexual de los aludidos, con un gusto homofóbico que bien merecería la adhesión del señor de al lado, tan propenso a establecer a voz en cuello sus diferencias con aquellos que son distintos de él, pero expresiones tan castizas como gordo puto o algunos de sus derivados no parecen ser de su completo agrado. Prefiere mantenerse fiel a esa sola idea que ha esgrimido apenas comenzado el encuentro, y que ahora comparte no conmigo, a falta de eco, sino con un hincha de piel aceitunada y aspecto aindiado en quien, curiosamente, no reconoce diferencias étnicas sino todo lo contrario: son dos almas en pena que vituperan al juez de línea, al parecer un negro vendedor de chocolates. A todo esto el juego transcurre con monotonía, sin el aliento furibundo de los llamados borrachos del tablón, individuos que propician la violencia en el fútbol para escándalo del señor de al lado y de otros tantos como él, amantes del buen juego cuya práctica es apenas deslucida por decisiones como las del juez de línea. Pero la fortuna ha querido que sí esté en su butaca, en cambio, este simpatizante del fútbol de salón, admirador de Amadeo Carrizo pero no de los negros vendedores de chocolate.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

VHG,

celebro tus textos, pero si fueran más cortos serían más accesibles a lo efímero de mis checkeos de blog...

saludos.

Anónimo dijo...

que aburrido debe haber sido ese partido... si lo más interesante fue "el señor de al lado" !!!

Anónimo dijo...

Muy bueno, el texto y el blog. Creo que da para una antología sobre textos sobre fútbol, desde las tribunas.
Saludos.

Anónimo dijo...

[Me corrijo: "antología de textos sobre fútbol".]

Francesco Moncalieri dijo...

En una tribuna de futbol se maximizan una buena parte de los defectos de la condición humana...el racismo, el engaño, la injusticia, la violencia...mis saludos a quienes saben disfrutar de la magia y la pasión de este maravilloso deporte con una mueca de ironía y sin caer en todas esas estupideces...viva River!...y porque no, ...viva Boca! Muy bueno el blog!