viernes, 18 de abril de 2008

El Diego

Es un niño de capacidades especiales, padece un desorden neurológico. En la madrugada, suena el teléfono de su casa en General Deheza, un pueblo en el Sur de Buenos Aires. La voz del niño pregunta quién es, y un remolino de voces adolescentes se alza al otro lado de la línea: voces festivas, ruidosas, pura jarana. Lo invitan a acercarse a una casa vecina, y Dieguito va. Observa todo con asombro, con ojos embobados, extraño y admirado en ese espacio de clases acomodadas tan distinto de su casa humilde. La pequeña crónica periodística dice que uno de los amigos lo lleva al patio trasero, el grupo lo rodea, y uno de los muchachos rocía sus piernas con bencina. Tsssssssssss. Dieguito baila envuelto en una llamarada, el cuerpo se quiebra, pero se zambulle en la pileta de puro instinto y sobrevive a la broma. Sin embargo, nada cambiará sus sentimientos más íntimos (su sensación de soledad y desamparo, su necesidad de refugio y afecto), ni siquiera esa muestra de crueldad infantil. La historia la cuenta un viejo policía de la zona. “¿Sabe qué es lo peor?”, pregunta y no aguarda respuesta. “Que si vuelven a invitarlo volverá a ir. El sólo quiere tener amigos.”

3 comentarios:

Paula Carri dijo...

Qué cruel que la única muestra de atención que puedan darle sea ese maltrato, no? Así son los niños ricos malcriados o qué? Ah, cómo me gustan los Tribalistas...un saludo

Laura Pintos dijo...

La crueldad es uno de los rasgos humanos más difíciles de entender. O no. Pero nos asusta analizarlo.

Francesco Moncalieri dijo...

Gracias por rescatar una historia tan cruel, pero que a la vez muestra que todavía hay gente dispuesta a exponer la otra mejilla una y otra vez...será una señal de debilidad o de fuerza? Cuantas veces necesitamos "prender fuego" para darnos cuenta que los que quemamos necesitan de nosotros?...perdón, me olvidaba que "El Diego" es un niño...y con un cierto "retraso"...un abrazo