domingo, 6 de julio de 2008

El placer de la pereza

El sábado he cumplido años. El día se ha deslizado sin sobresaltos, en interiores, y me he obsequiado el placer de la pereza. He leído apenas (Hanif Kureishi evocando la historia de su padre y el formidable encuentro cultural de las comunidades india y pakistaní que llegaron a Londres), he dormido una pequeña siesta, y cuando me dispongo a escribir me doy cuenta de que el día ha sido apenas eso: dos o tres miradas con mi mujer, un almuerzo ligero en la estación de tren, el murmullo de una película que ven los niños, Carolina escribiendo en su diario privado, el rasguido de la guitarra en manos de mi hijo mayor (los riffs de Led Zeppelin y Deep Purple en versiones de guitarra española, Here Comes the Sun de los Beatles). Con la merienda llegan los regalos: jabones artesanales que huelen de maravilla, un aromatizador de ambientes (coco, canela, vainilla), una cajita para guardar esos CDs que suelen quedar desperdigados por ahí. Bien mirados, son regalos que otro hombre acaso no apreciaría, y sin embargo los recibo con gozo incontenible. (Incontenible es un modo de decirlo, un arrebato poético útil a los fines narrativos para describir el gesto avaro e insuficiente con que dejo saber que me han gustado muchísimo.) Siempre me han dado un placer algo secreto los enseres del baño, los jabones perfumados, los utensilios de cocina, los platos, fuentes, tasas, copas y cubiertos que conforman las maravillas de la vajilla, las sábanas y toallas que huelen a lavanda o a alcánfor. Conviví con ese placer de manera silenciosa, sin hacer grandes aspavientos, pues tan solo esbozaba interés en esos accesorios (saleros, pimenteros, azucareras de porcelana, fuentones rústicos de barro, cubiertos de plata heredados de alguna abuela, copitas en las que en otro tiempo se tomaba oporto o anís) noté que era motivo de mofa en el a menudo severo (y casi siempre cruel) universo de los varones. No hubo mucho más: unos tallarines con vegetales, un cabernet, lemmon pie. Mi mujer estaba feliz, con esa sonrisa en el rostro que suele asaltarla cuando siente (he intenta convencer de ello al melancólico irremediable que hay en mí) que la vida es una dicha. Había comprado un juego de sillas que nos debíamos hace tiempo, y saldar esa deuda le dio un soplo de energía. “El placer de la acción”, dijo con una sonrisa, y entonces yo me desmoroné en el sillón y me entregue sin remedio a un sueño reparador.

3 comentarios:

Reina dijo...

Vic, no podrías haber hecho más justicia a la escena del cumple!! I can picture it!
FELIZ CUMPLE

Laura Pintos dijo...

Feliz cumpleaños. A mí esos días menudos, apacibles y rendidores en su simpleza me parecen los mejores.

Anónimo dijo...

Feliz Cumple!...tarde, dos veces...
Yo creo que celebrar no siempre implica una gran fiesta compuesta de mucha gente, mucho barullo, mucho todo, a veces hasta de más, que casi uno no puede reparar en nada.
Celebrar, es disfrutar, y disfrutar para mí es encontrar momentos de felicidad genuinos, íntimos, simples, es decir, encontrar los mejores momentos.
Me alegro que un día tan especial como el del cumpleaños haya pasado como un día más, sin sobresaltos, eso me da a entender que hay muchos de esos días en tu vida, días simplemente felices, aunque quizás parezca lo contrario.