miércoles, 4 de junio de 2008

Mis memorias

Mi memoria frágil me trae a menudo una rara felicidad de orden poético: todo (un relato de infancia, el libro que acabo de cerrar, el cine que alimentó mi juventud) suele ser nuevo para mí, o en el mejor de los casos un recuerdo borroso cuyos detalles vuelven a deslumbrarme. Durante muchos años disfruté de ese estado virginal: nunca conocí el placer de releer viejas historias o revisar películas que alguna vez me conmovieron. He decidido consultar a un neurólogo sobre esa desmemoria, y la muchacha joven que ahora me examina tiene un rostro bello que se me ocurre inolvidable. El breve espacio donde aguardo tiene tres puertas con un destino literario. Leo en cada una de ellas Clínica del Dolor, Movimientos Anormales y Laboratorio del Sueño, y es ésta la que abriría si de mi dependiera, tentado por la posibilidad de adentrarme en ese infinito universo onírico para descubrir, al fin, si somos apenas el sueño de otro. Poco después, cuando la jovencísima doctora me examina, pienso que el modo distante con que me observa hará inevitable que pronto olvide mi historia, y que acaso cuando volvamos a encontrarnos seré para ella un paciente nuevo. Le refiero, pura y vana coquetería, sólo un atajo, la historia de Funes, el memorioso, esa criatura borgeana de memoria absoluta, sólo para añadir que mi caso no es ése aunque conserva alguna belleza literaria: todo en mí es olvido. Hay algo trágico detrás de esa belleza: en mi memoria los hechos han sido escritos con una tinta efímera de modo que ese pasado que se esfuma acaso no haya ocurrido. Consulto también mis dificultades con el sueño, el por qué de una vigilia (casi) constante. Nada parece fuera de lugar, haremos algunos estudios. Ya en casa recupero las voluminosas Obras Completas de Borges, en cuya página 485 se abre la historia de Irineo Funes. Es una historia naturalmente olvidada, y en la lectura recupero detalles minuciosos de ese encuentro de dos hombres. “Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.” Es un cuento de una belleza indecible, y me da felicidad saber que alguna vez volveré a conmoverme cuando vuelva a llegar a mi vida por primera vez. Sólo retengo una frase que es, acaso, el principio de la memoria: “Dormir es distraerse del mundo”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si hay que elegir (por eso de que "todo no se puede", "quién dijo que la vida es justa" y demás frases hechas) prefiero estar condenada al olvido que a la perfecta memoria. Hay casos, y todos ellos coinciden en lo tremendo de la condena.
Saludos.

Anónimo dijo...

No descanso del mundo en la perpetua vigila de las madrugadas despues del sopor que duro un puñado de horas, aquel que no llego a ser descanso. Son hermanas mis desdichas de tus desdichas en la soledad de la noche que ningun tratamiento o infusion pudo corregir. Marce