jueves, 12 de junio de 2008

Locos por el fútbol

“Te pido una sola cosa para cuando me muera: quiero que pongas en el cajón el escudito de River, quiero llevármelo conmigo”, me dijo mi viejo. Yo era un niño de unos 10 años cuando me lo pidió. Cada tanto me lo recordaba en medio de la evocación de las grandes figuras de un pasado glorioso. Casi no hablábamos de otra cosa, aunque con los años el fútbol fue cediendo algún terreno a otros deportes que llamaron más o menos su atención. Durante muchos años cumplió con la liturgia del domingo: atendía los detalles previos del partido inminente, en la cancha escuchaba el partido que estaba viendo, leía las primeras y apuradas crónicas en el diario vespertino mientras regresábamos a casa, cenaba en compañía del resumen televisivo, y a la mañana siguiente leía, en la edición matutina, los detalles del encuentro. Lo recuerdo en su lecho de enfermo, en el final, feliz como un niño frente a la pantalla del televisor. En ese novedoso furor de la televisión por cable, a toda hora podía seguir los partidos de las ligas europeas, ver a los mejores, emocionarse con los quiebres de cintura, los amagues, las fintas, esa elegante danza masculina que es el fútbol bien jugado, pura reciedumbre y plasticidad. Era conmovedor (mentira, es conmovedor ahora, en la evocación y en el relato: yo me enfurecía con su desinterés por el mundo y por mis cosas, y eso fue distanciándonos con los años) verlo disfrutar ese mundo de pasiones ciegas. En estos días volví a recordar su liturgia dominical, sus gritos desaforados, su mirada vidriosa en los momentos de frustración, su iracundia cuando prometía en vano romper el carné, volví a escucharlo recitar de memoria varios equipos de distintas épocas, alineaciones enteras con su banco de suplentes incluido, y contar una vez más episodios legendarios, pura epopeya, que nunca supe si eran fieles a la realidad o si la embellecían con sus destellos épicos y su irremediable melancolía. “Fútbol era el de antes, je. Moreno jugaba con una botella de whiskey al lado de la raya”, decía, y entonces se perdía en otras divagaciones que daban cuenta de un tiempo mejor, cuando el fútbol era inspiración e inventiva. Recordé entonces, el domingo, mientras el equipo festejaba una nueva conquista, el día de su muerte, hace casi ocho años, la penumbra funeraria que rodeaba al féretro en el silencio de la madrugada, ahora a solas los dos, mi mano hurgando en el bolsillo el escudo que me había traído mi hermana, el instante en que abro ligeramente su mano fría y pesada, los dedos que tantas noches recorrieron mi espalda para ayudarme a conciliar el sueño, su mano fría y pesada recibiendo el escudo que él quería llevarse para siempre, mi beso en la frente, mi último beso a mi padre muerto. Lloré con una rara sensación de dolor y felicidad, sólo en medio de la muchedumbre enloquecida, y grité como nunca antes la conquista de un nuevo título. “Ganamos, pa”, me abrazaron mis hijos cuando regresé a casa. Jugamos a repetir las malas palabras que sólo están autorizados a decir en la cancha (un territorio liberado), nos reímos, y les conté que hubo un tiempo en que la gente iba al estadio vestida de frac, con galera y bastón, el fútbol era pura inspiración y Moreno (José Manuel Moreno, uno de los mejores de todas las épocas, el integrante de la Maquina, invencible cuando se juntaba con Labruna y Lousteau) jugaba con una botella de whiskey al lado de la raya. O eso me decía mi viejo.

3 comentarios:

bonito lunch dijo...

genial homenaje a su padre
de pequeño leia la colección de la revista river encuadernada que había dejado mi viejo .(se murió
cuando tenía 2 años)
y no se como, me pasó la pasión que todavía tengo por los millo.

nicolás dijo...

muy emotivo victor

saludos de un estudiante de periodismo que lo admira mucho

nicolas

nicolás dijo...

http://amigodeloajeno.wordpress.com/