viernes, 16 de mayo de 2008

Que 50 años no es nada

Lo miro, pobre: 50 años, y la vida se ha apagado para él. Tiene ese andar soñoliento, ese modo de llevarse a sí mismo a desgano, apegado a una rutina sentimental sin sorpresas, como si durante el último medio siglo la vida lo hubiese apaleado sin pausa. “Estás tremendo hoy”, le digo apenas terminamos el partido de tenis en el que fue apenas una sombra de sí mismo. “No tengo ganas de jugar, no tengo ganas de nada”, dice sin ganas la sombra, y lo invito con una Stella Artois a ver si le devuelve el alma al cuerpo. Dos horas después, me habrá dicho que está íntimamente quebrado. “Leé esto”, y me tiende una revista dominical que lleva en el bolso, y lo que leo es un texto en el que Rosa Montero retrata el mapa emocional de los hombres que van camino de los 50 años, ese momento en que la vitalidad no sólo comienza a debilitarse en el cuerpo sino en nuestras mentes, y en el que creemos que ya nada será como antes, ni la curiosidad que nos despierta la vida ni la voluntad para aprender cosas nuevas ni el coraje para experimentar y arriesgarnos a emociones desconocidas, ese momento en que el futuro comienza a aparecernos por dtrás. “Vamos, que hay cosas peores”, le digo. “Sin ir más lejos, los 60.” Me manda a cagar, qué menos. Para un hombre como él (un hombre de cierto éxito profesional, que disfruta de una familia estable) sentir que la vida es apenas una meseta y no ya la pendiente que debe escalar para hacer cumbre es una mala noticia. Adiós adrenalina, adiós Mr. Vértigo, la vida no es más una aventura. Rosa Montero dice que no se trata sólo de hacer gimnasia para mantener en forma el cuerpo, qué va: hay que practicar esa otra gimnasia del pensamiento, de la curiosidad y de las emociones. Pero tanta ejercitación puede tener efectos secundarios indeseados. Algunos hombres escapan de esa abulia energizándose con una muchacha de 20 años, un cuerpo cimbreante que lo pone de nuevo en carrera. “No seas turro”, dice la sombra, una mueca parecida a la sonrisa lo saca un segundo de la amargura. “Voy a terminar como el personaje de Lolita.” Insisto en que todo puede ser siempre peor: “Acordate de Una vez en la vida, el tipo se enamora de la novia de su hijo.” Nos reímos. Le pregunto al viejo estudiante de Filosofía devenido analista de marketing si puede desmenuzar el desaliento. ¿Angustia por el sinsentido de la vida? ¿Temor a la muerte? ¿Falta de fe en una vida trascendente? Cenamos en El Viejo Norton, cerca de la estación de Vicente López, un bolichito sin más aspiraciones que la de comer bien y sano, y arriesgo entonces que la vida tendrá algún sentido mientras existan patas de cordero como la que nos estamos devorando. “Hay algo de reloj biológicom que se ralenta, hay algo de energía que se pierde en el camino y hay mucho que no entiendo. Está la sensación de que he llegado a alguna parte, una carrera, una familia, unos cuantos placeres, incluído el de una vida sexual plena sin viagra. Y entonces me pregunto ahora qué.” Sirvo un Catena Zapata. Reencontrarse con el deseo, le digo, ésa es mi respuesta. “Joder”, espadea el muy hijo de puta, “seguro que antes del tenis fuisteb a análisis o leíste algún librito de Bucay.” Cito a Montero: no hay un desafío mayor, un reto más aventurero que el de seguir estando enteramente vivo día tras día. La pata de cordero y el Catena, al menos, le dan la razón.

3 comentarios:

Estrella dijo...

Me acuerdo de esa nota de Rosa Montero. Una buena solución: leer algunos diarios de escritores de más de 70 años (Bioy, por ejemplo)y ver todo lo que se tiene, todavía, a los 50.

Aprovecho para decirte que se me hace muy difícil ingresar a tu blog, no sé porqué: tarda mucho (no me pasa con otros).

elastichica dijo...

lo de bucay fue cruel, pero es verdad que habrás sido analista en otro vida

Anónimo dijo...

epa que linda entrada !!

salu2

HUGO