martes, 6 de mayo de 2008

La lectora

Ella (un enigma: jean y zapatillas, el rostro sin maquillaje, un trench que la abriga de las hostilidades de los primeros fríos) tiene un libro en sus manos. En el vaivén del colectivo, que bufa por las avenidas y avanza con ritmo sincopado, espío la portada como lo hice durante años en el transporte público y en los bares, ansioso por descubrir una complicidad a la distancia, pero esta vez no en busca de una excusa para aproximarme a la muchacha de aire adolescente y mirada soñolienta, lánguida e inteligente, sino llevado por el parecido físico que guarda con mi hija de 18 años. La observo en esa incomodidad que produce observar a una mujer que puede ser deseada ya por un hombre, sin poder siquiera dar cuenta de los motivos de mi mirada persistente, pero la fortuna quiere que ella no levante los ojos del libro, imbuída en ese universo de interrogantes vastos que registra con tanta precisión la incertidumbre y los dolores de la primera juventud. Leo un par de líneas al azar, en el fulgor de un parpadeo, y sonrío: la muchacha del libro se pregunta sobre su futuro, quiere desentrañar la vida que la espera y beberse el presente de un sorbo en la París de los años 50. Leí mal a Simone de Beauvoir siendo muy joven, pero ese nombre evoca en mí, sobre todo, los años en que las novelas de Jean Paul Sartre y Albert Camus fueron forjando mi escepticismo y mi constante estado de interrogación. La neurosis hizo el resto. El viaje es largo (el del existencialismo, pero también éste que me lleva al centro de la ciudad y a las brumas del pasado), y cuando despierto de ese sueño y bajo la vista la muchacha extrae un lápiz de su bolso y subraya una línea que acaso retendrá toda su vida. El mundo es una pregunta. Hay algo conmovedor en ese estado de expectación, esa instancia de sueños por cumplir soñados con la prepotencia de los años jóvenes. Me pregunto entonces qué sueños perseguirá mi hija, qué interrogantes la acompañarán en el inevitable insomnio de los 18 años. Ella es también un enigma como la muchacha lectora que tanto se le parece. Ella es también una pregunta para mí, el padre que la conoció cuando había cumplido los 7 años. Esta noche le regalaré un libro, y acaso nos encontraremos en ese relato para hablar de nuestras vidas y de nuestros silencios, y alguna mañana fría alguien la mirará arrebujada en el asiento de un colectivo mientras lee una vieja novela de Simone de Beauvoir y se pregunta sobre la vida, el futuro, su padre.

3 comentarios:

Estrella dijo...

Precioso relato, como fi yo hubiera estado viajando en ese colectivo. Me llevó a otras miradas y a muchos pensamientos,

Anónimo dijo...

Muy bueno. Un gusto pasar por acá.
Saludos

Anónimo dijo...

estimado: creo que la paternidad y ese tono de infidencia le han permitido, ya, encontrar un pronto tono cuando no un registro. esos asuntos de reflexion temprana y espontanea, muy del blog, nos amigan con lo privado entre tanto opinador sinsentido de lo publico. gracias