martes, 27 de mayo de 2008

Dancing Queen

Cuando estás ahí, en medio de la marea humeante de torsos desnudos y lenguas de fuego, de manos lascivas y miembros ardientes, cuando la multitud ulula en las calles al ritmo hipnótico de la música electrónica y todo se parece a los ardores de un orgasmo, sentís que este momento es irrepetible. Más de dos millones de personas son protagonistas de la Gay Parade, un fenomenal evento colectivo que celebra la diversidad sexual. Estás montado en un trío eléctrico, recorrés las calles de San Pablo en un camión carnavalesco en cuya cumbre se agita un grupo de drag queens (altísimas, imponentes, las pestañas y la melena postizas, los cuerpos bañados en purpurina) y sentís el calor de la piel encendida como brasa de gays y lesbianas. Los ves entregados a la coreografía de un erotismo enérgico que te recuerda la violencia sexual de las peliculas de Pasolini y Fassbinder, sus juegos de dominación y sometimiento, dos gladiadores procurando doblegarse el uno al otro con la sola fortaleza que otorga el deseo físico. El trío eléctrico serpentea por las calles atestadas de gente, y de cuando en cuando ves réplicas de Lou Reed y Prince entre la multitud, y creés escuchar Welcome to the Pleasure Dome de Fankie Goes to Hollywood o Erotica de Madonna o Money, Money, Money de Abba. La ciudad entera acompaña el paso de los camiones: las parejas gay XXX ofrendan su danza erótica a los dioses encaramados en la cúspide del trío eléctrico y los padres bailan junto a sus niños. Besos de lengua en los que se entrechocan los brackets, muchachitos que se abren a una experiencia nueva. Leés los rostros de las personas, una tarea poética que habitualmente cultivan los actores, porque como ha escrito Rubem Alves en Folha de Sao Paulo “los rostros son objetos oníricos: hacen soñar”. Dos abuelos observan la escena desde detrás de un ventanal, intentan comprender este tiempo que no les pertenece ya. Mientras, la procesión trepa la calle Consolacao, que bordea el cementerio. En la fachada de una iglesia evangelista, adonde multitudes de paulistas diariamente buscan la salvación de sus almas, un cartel promete: DIOS TE AMA. Y entonces recordás el tatuaje de aquel ícono de la canción gay francesa: ONLY GOD JUDGE ME (Sólo me juzga Dios). Una drag queen desciende de la cima del cabaret erótico, pero no lo hace con el garbo de las grandes divas sino con paso vacilante. Ves como un asistente le saca el penacho que la había hecho princesa y le quita los guantes, y, cuando las lentejuelas se esfuman, las lágrimas caen desde las pestañas postizas y el rimmel mancha el rostro crispado y, acaso, asoman la soledad y la sensación de vacío. Sonreís, regalándole consuelo, pero la princesa desaparece en la negrura del backstage. Suena Dancing Queen, la ciudad es un fiesta.

1 comentario:

Reina dijo...

Víctor, que bello, que bien escrito. Y me quedo con, "...en medio de la marea humeante de torsos desnudos y lenguas de fuego, de manos lascivas y miembros ardientes...",resonando
en mis oídos. Suena casi como una promesa