miércoles, 14 de mayo de 2008

Balas en la lengua

La vida merece ser vivida por escenas como ésta: un hombre que fue niño le regala a su madre emocionada su crecimiento profesional, le entrega la certeza de que ya se ha hecho hombre ganándose un lugar en la vida, le obsequia la tranquilidad de saber que el muchachito que se marchó del nido familiar en Mendoza con el sueño de cambiar el mundo ha conseguido más que eso: cambió su vida para siempre, se forjó un destino. Cuando lo conocí, Juan O. traía como carta de presentación una crónica afiebrada sobre el crecimiento de la música hip hop en los barrios periféricos de Buenos Aires. Era una pieza algo desmañada, como corresponde a los años jóvenes en que todo es vértigo y exploración de un estilo, pero había en ella una sinceridad y una potencia inusitadas. Juan eligió para ese texto inaugural un título que anticipaba su estilo furibundo, y un uso del lenguaje que traducía con crispación contenida las furias de su generación: Balas en la lengua. Llegó a la redacción montado en su tabla de skater, el rostro cetrino enmarcado en una maraña de dreadlocks, los ojos encendidos de curiosidad y una nobleza de corazón que muchas veces tropezaba con la ingenuidad. Es uno de los mejores de su especie, y hace algunos días alcanzó una posición de privilegio en su profesión: es editor de Rolling Stone, algo con lo que soñó durante buena parte de su vida, es decir, durante los últimos cinco años. Escribí un mail dirigido a toda la redacción, en el que compartí con sus compañeros la sencilla felicidad de ver crecer a un muchachito de mirada doliente y convicciones firmes que consiguió algo de lo que alguna vez estará orgulloso: creció sin alejarse de sí mismo, atento a las exigencias de la vida diaria de la redacción pero sobre todo sin perder de vista los dos o tres principios que llevaba como equipaje cuando con tan sólo 20 años se instaló en una pensión de Buenos Aires. Esta tarde me agradeció esas líneas del mejor modo que pudiese imaginarme: le había reenviado el mail a su madre, me contó, como un modo de agradecerle las libertades que ella le concedió en medio de las rebeliones de la adolescencia, y su madre había difundido la noticia entre sus compañeros de trabajo como sólo una madre puede hacerlo, hinchada de orgullo y pensando que ahora sí, ahora lo ha conseguido, su hijo tiene un lugar en el mundo. Mientras lo escuchaba, recordé mis comienzos en el oficio, cuando llegué a una redacción llevado por la recomendación de un amigo de mi padre. El hondo silencio que me separó de mi padre hasta su muerte hace siete años, apenas interrumpido por la conversación en torno del deporte, no impidió que haya sido él, desinteresado como estaba de mi vida diaria y de mi destino, me recomendara como un aspirante a periodista en una redación. Al cabo de los años, una tarde de sábado, cuando agonizaba y la despedida comenzó a erigirse entre nosotros obligándonos a sincerarnos, me pidió que abriera un viejo portafolio marrón, el viejo portafolio que lo acompañó toda su vida de viajante de comercio, olvidado en un rincón del ropero. Cuando lo abrí, unos veinticinco años después de empezar mi carrera, encontré una serie de recortes amarillentos de diarios y revistas que llevaban mi firma, es decir, su apellido. Le pregunté por qué nunca me había mostrado esos papeles, por qué me había privado de ese modesto gesto de amor paterno, y no supo responderme, como había sucedido siempre. Años después, entendí que había hablado con el lenguaje del corazón, aunque ya fuera tarde. Juan O. ha tenido mejor fortuna, y la merece. Cuando me cuenta el itinerario victorioso de su madre por los escritorios de sus compañeros de tarea -una mujer madura que ha dejado que su hijo adolescente soñara con ser entrenador de delfines o periodista, es decir, una madre que le ha dado a su hijo la oportunidad de ser libre y labrarse un destino-, me gana una emoción extraña, y la imagino sentada en un rincón de su casa mendocina leyendo las crónicas filosas de su hijo una y otra vez, ajena a las iridiscencias del rock pero conmovida por haberle concedido a su muchacho algo tan parecido a la felicidad de ser libre.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Ortelli se lo merece...
y qué suerte que tuvieron al conocer gente que les abrió un poquito más el camino...
otros seguimos viendo qué puede pasar...
un post genial!

Anónimo dijo...

Coincido con Ana: lo mejor que te pueden regalar tus padres es la libertad, pero la vida también a veces te regala el encuentro con personas que creen en vos sin conocerte, que saben leer en tu mirada rebelde el talento latente y las ganas rabiosas de ser y hacer. Y que te dan la oportunidad de demostrarlo.
Saludos.

ovalado dijo...

muy bueno.

Herbie dijo...

Y que hicieron con Plotkin?
Bien por Juan. Se lo merece.

Victor Hugo Ghitta dijo...

Pablo continúa siendo Secretario de Redacción de Rolling Stone, otro placer.

Anónimo dijo...

Victor, desde hace tiempo vengo leyendo tu blog y tus textos no dejan de emocionarme. El otro día encontré otro en una Brando y me sucedió lo mismo.

Quería contactarme con vos. Soy un joven periodista dando sus primeros pasos. Necesito consejos, silencios, críticas, espaldarazos.

Saludos, te sigo leyendo!, Pablo.
pablocroci@gmail.com

Ringo Starr dijo...

Ortelli es el mejor periodista de rock de menos de 30 años de este país (y mejor que muchos que ya pasaron la treintena, no es sólo cuestión de edad). Así que, claro está, se lo merece más que nadie.

Anónimo dijo...

Brindo por los padres y por los editores que se les parecen. Salú.

Anónimo dijo...

Juan tiene dentro suyo la inocencia del niño que fue y la sabiduría del hombre de rock que es hoy, que supo formar, que supo guiar y armar a su gusto. Mesclando ingredientes como arte, poesia, pasión y curiosidad.
Es inspirador, admirable y sobre todo sencible. Es uno de los pocos que llego a donde muchos quieren, y eso lo transforma en la luz lejana pero posible. En el caso que alienta a la perseverancia, a borrarse limites, a sacarse los techos ficticios con los que es más facil vivir pero menos feliz.

Reivindica a la pasión como unico camino al exito interior.

Julieta

Anónimo dijo...

da gusto encontrar blogs como este, no abundan
Esta historia esta muy buena y por los comentarios parece que el tan juan se merece tu texto, congratulation a ambos
y tambien a la niña de aca arriba, escribe lindo, sentido
y esta frase
¨Reivindica a la pasión como unico camino al exito interior¨
adhiero totalmente, no hay otra