miércoles, 6 de agosto de 2008

Memorias

En el cuaderno que pasa de mano en mano, en el mediodía soleado, familiares y amigos dejan su recuerdo de la mujer que celebra sus 70 años. Son palabras cariñosas, que traen recuerdos entrañables de otros tiempos, y llama la atención la unanimidad de un sentimiento profundo: Alicia siempre fue como una hermana. Alicia es mi suegra: una mujer sencilla, de espíritu límpido, que acaso ha dedicado sus mejores años al cuidado de los demás más que a protegerse a sí misma. Desde hace algún tiempo pasa horas en una institución que socorre a personas desesperadas con impulsos suicidas, a las que escucha del otro lado de la línea con la esperanza de convencerlas de que necesitan ayuda profesional y de que la vida merece ser vivida. En el pequeño restaurante donde se celebra su cumpleaños, está radiante, jovencísima en sus 70 años, rodeada de sus afectos y de sus memorias. Una película, en la que se escuchan canciones de la tradición folklórica y las voces de Joan Manuel Serrat y Frank Sinatra, evoca algunos de los momentos más significativos de su vida: escenas infantiles en compañía de sus padres ya muertos, momentos de juego junto a sus hermanos, fiestas compartidas con amigos que lo serán de toda la vida (en la imagen borrosa de los años 60 se los ve exultantes y compinches, no saben aún que compartirán la dicha de la amistad durante casi cincuenta años), instantáneas de los juegos con sus hijos. Observo esos recuerdos y las miradas atónitas y felices de quienes asisten a esa evocación interrumpida por vítores y aplausos ante la aparición de cada rostro conocido, y de pronto siento un afecto inesperado por todos ellos, personas desconocidas en su mayoría, ajenas a mi vida, extranjeras de mis intereses, a las que no obstante siento que me une una red de hilos invisibles. En casa, ya tarde, busco Sefarad, una novela de Antonio Muñoz Molina en la que mi memoria vaga hurga una escena fabulosa: es el momento en que el protagonista llega al pueblo donde vive la familia de su esposa para asistir al funeral de la madre muerta. Es una escena lúgubre, tan distinta en su tono de las celebraciones y los cantos de nuestro mediodía, pero me ayuda a entender el afecto súbito que experimenté por esos seres desconocidos. “Escucho nombres, doy besos, estrecho manos, intercambio palabras en voz baja, soy el desconocido al que ellos aceptan como uno de los suyos porque vengo contigo, y al formar parte de tu vida también pertenezco a este lugar, a la fatigada pesadumbre de quienes llevan muchas noches velando a una enferma a su luto anticipado por ella… Haber venido aquí contigo me une a ti de una manera nueva, no solo a la identidad aislada de la mujer adulta a quien conocí hace no tantos años sino a todo el tiempo de tu vida y a las caras y a los lugares de tu infancia, y también a tus muertos, , para los que esta casa a la que acabamos de llegar es como un santuario: hay una foto grande de tu madre, y otra de tus abuelos maternos, remotos y solemnes como en un relieve funerario etrusco, y sobre el anticuado televisor que probablemente es el mismo en el que veías de niña los dibujos animados está la cara sonriente de tu prima en una foto en color… Me gusta ser aquí unicamente tu sombra, quien ha venido contigo: mi marido, dices, presentándome, y yo cobro conciencia del valor de esa palabra que es mi salvoconducto en esta casa, entre esas personas que te conocieron y te dieron su afecto mucho antes de que yo te encontrara, y al ver el modo en que ellas te tratan , la familiaridad que establecen enseguida contigo a pesar del tiempo que ha pasado desde la última vez que viniste, mi amor por ti se ensancha para abarcar esa amplitud de tu experiencia, de tus vínculos de ternura y recuerdo, conexiones capilares que también me aluden y me nutren a mí, me agregan ese pasado tuyo que hasta ahora no me pertenecía”.

4 comentarios:

Laura Pintos dijo...

Muñoz Molina es uno de los grandes escritores de nuestra lengua, por su hondura, su exquisita sensibilidad alejada de la cursilería y su increíble dominio del idioma.

p.d. alvarez dijo...

Decía el poeta, hace tiempo, que teníamos dos familias: la que nos toca en suerte (o desgracia) y la que elegimos, formada por nuestros amigos y tal pero, ay, todavía faltaba una tercera familia. La familia heredada, la que viene por añadidura y que tantas veces nos hace sentir tan a gusto...

Daniela Roitstein dijo...

"personas desconocidas... extranjeras de mis intereses", esa definición está perfecta.

Y mi suegra también ayuda en esas líneas de ayuda al suicida. Les da palabras de aliento, la vida sigue...

Anónimo dijo...

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